Sonia Archila
Departamento de antropología, Universidad de los Andes
Los trabajos de Richard Evans Schultes destacaron una de las principales características de la selva tropical colombiana: su enorme diversidad y la gran complejidad de las interrelaciones presentes entre los elementos que forman este ecosistema. En esta región de Colombia se encuentra la flora más variada de la Amazonia debido en parte a su ubicación geográfica y a la conformación geológica de la región; allí se alberga cerca del 17% de las especies de flora superiores del planeta. El elevado número de especies de la selva tropical es una de las indicaciones de la biodiversidad pero, además, existen otros aspectos que hacen únicos estos ecosistemas como por ejemplo el tamaño mayor de plantas y animales con respecto a las especies que habitan otras regiones del planeta, y la complejidad de la estructura misma del bosque. Desafortunadamente, en la actualidad la destrucción de las selvas tropicales es grande: mientras que en el pasado cubrían el 16% del planeta, hoy constituyen el 7%, es decir, ocupan menos de la mitad del área inicial (Gentry 1990: 19, 34).
La inmensa variabilidad genética de la flora de esta porción del Amazonas y la importancia de su conservación preocuparon a Schultes cuando evaluaba la relativamente poca investigación científica llevada a cabo en la Amazonia colombiana Muestra de ello es que, por ejemplo, actualmente muchas de las plantas usadas por los indígenas no se conocen o no han sido nombradas científicamente. Schultes pensaba que el estudio y domesticación de muchas plantas constituirían un gran beneficio para la humanidad. Según sus conocimientos existen en la Amazonia colombiana al menos 70 plantas que podrían ser potenciales fuentes de productos útiles al hombre tales como alimentos, medicinas, aceites, gomas, resinas y ceras. La variabilidad florística podría revolucionar las prácticas médicas y agrícolas, y podría constituir una bonanza para los habitantes de los trópicos. Uno de los mayores peligros es la extinción de especies vegetales por la destrucción de áreas selváticas debido en parte al alto endemismo local de muchas plantas en la región (Schultes 1993: 142).
Una cuarta parte de la multibillonaria industria farmacéutica de Norteamérica y Europa se basa en sustancias químicas biológicamente activas extraídas de la selva tropical, sin embargo, muchas de las estructuras moleculares de estas plantas son tan complicadas que no se pueden sintetizar industrialmente. Lo anterior, entre otras razones, hace tomar en consideración que la biodiversidad de la selva tropical, aún tan poco conocida, es un tesoro potencial de todos los seres humanos. La mayoría de genes y especies que existen sobre la Tierra se encuentran en la selva tropical, por lo que en cierta forma las selvas son el archivo de la evolución del planeta y son vitales para la humanidad (Gentry 1990: 36).
En opinión de Schultes los tres aspectos más importantes para la conservación de la biodiversidad son: la conservación de la flora, la intensificación en el estudio de los conocimientos florísticos que poseen los grupos indígenas aborígenes y la domesticación de nuevas plantas útiles. Para el autor era importante la investigación científica botánica aplicada a las necesidades del hombre moderno y creía que esta aplicabilidad era imposible sin mantener el respeto y la protección del conocimiento tradicional indígena sobre las propiedades y usos de las plantas.
Durante sus doce años de trabajo en el noroeste del Amazonas, Schultes recolectó cerca de 30.000 especímenes botánicos, de los cuales 300 eran especies hasta entonces desconocidas por la ciencia (Davis 2004:1). Schultes opinaba que la recolección y almacenamiento del plasma genético era un aspecto crucial para la conservación de las reservas naturales del planeta. Muchas de las especies vegetales más importantes desde el punto de vista económico fueron descubiertas, domesticadas y modificadas por grupos humanos muy antiguos y mucho tiempo antes de que las sociedades modernas las comenzaran a usar y las modificaran mediante complejos procesos técnicos para hacerlas más útiles. En lo que respecta a las plantas alimenticias, de las 14 más importantes del mundo, 13 fueron descubiertas y domesticadas por sociedades aborígenes: arroz, trigo, fríjol, soya, maíz, cacahuate, papa, batata, yuca, caña de azúcar, banano y coco (Schultes 1993: 143).
Sin lugar a dudas, el trabajo de Schultes constituye un estimulante legado que invita a continuar la investigación sobre la biodiversidad y a proponer formas adecuadas de conocer y aprovechar de manera sostenible la gran riqueza que poseemos en el territorio colombiano.
La Etnobotánica es el estudio del conocimiento de las propiedades y usos de las plantas por parte de las poblaciones humanas. Este conocimiento es vital para la humanidad y ha sido adquirido por los distintos grupos a través de la juiciosa y constante observación, así como de la experimentación. La transmisión de este importante saber va de generación en generación entre las comunidades que usan ampliamente los recursos vegetales.
Los trabajos de Etnobotánica de Schultes comenzaron con su interés por la planta del peyote en Oklahoma, territorio de los indígenas kiowa. Posteriormente estuvo en Oaxaca, México, investigando el uso del hongo teonanácatl. En 1941 aceptó un trabajo ofrecido por el Consejo de Investigación Nacional de Washington D.C. para viajar al noroeste de la Amazonia colombiana y estudiar las sustancias venenosas usadas por los indígenas en sus flechas. Desde sus primeras incursiones a la zona montañosa y del piedemonte oriental en el sureste de Colombia, en territorio de los indígenas kamsá e ingas, Schultes se interesó y documentó la manera como cultivaban los curanderos indígenas las plantas que usaban en sus huertas. También le interesaron plantas medicinales y alimenticias tales como maíz, fríjol, tubérculos y frutales como el tomate de árbol (Davis 2004: 11, 13).
Uno de los descubrimientos más notables de Schultes en la región de Sibundoy fue el yagé, una de las plantas alucinógenas más preciadas del Amazonas. Esta planta y su uso fueron descritos desde el siglo XIX por el botánico Richard Spruce, de nacionalidad británica, a quién Schultes admiraba profundamente. Esta planta es considerada sagrada por los grupos indígenas del alto Amazonas, representa al jaguar, es un alucinógeno mágico capaz de liberar el alma y permitir la comunicación con los ancestros y con los espíritus de los animales (Davis 2004: 17).
Schultes pronto comprendió que era imposible conocer nuevas plantas o sus propiedades sin tener en cuenta el conocimiento de los indígenas y su manera de vivir en el bosque. Para él fue muy notoria la manera como los aborígenes clasificaban las plantas y cómo distinguían las distintas variedades de la misma planta (Davis 2004: 22). Schultes consideró más eficiente aprovechar el conocimiento acumulado por las comunidades indígenas sobre las propiedades de las plantas que esperar a que los químicos pudieran estudiar una a una cientos de especies potencialmente útiles. (Schultes 1990: 156).
La contribución de los trabajos de Schultes a la concientización del mundo contemporáneo sobre la necesidad de cuidar la biodiversidad y de generar mecanismos efectivos de conservación es evidente. Dentro de esta perspectiva, la valoración de la Etnobotánica e incluso la fundamentación de las bases mismas de la disciplina moderna, como tantos autores lo reconocen (por ejemplo Hugh-Jones 1993), hacen que el trabajo de Schultes sea digno de admiración.
El bosque de la Amazonia ha sido explorado desde comienzos del siglo XVIII en busca de productos vegetales susceptibles de ser convertidos en mercancías o en materias primas para industrias de las naciones europeas y norteamericanas. Entre las plantas más famosas explotadas en esta región de los trópicos están la quina, las maderas exóticas y el caucho. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, muchos naturalistas incursionaron nuevamente en la región en busca de materias primas y para conocer aquello que estaba en peligro de desaparecer. Es este el caso de Schultes, para quien la Amazonia era una despensa inagotable de plantas útiles aún por descubrir.
Las primeras exploraciones de naturalistas del siglo XVIII y las del siglo XIX formaron parte del proyecto universal de la ciencia occidental (BLAA 2008), es decir, de la europea, para catalogar, ordenar y guardar en museos de Historia Natural toda esa extraña naturaleza que los viajeros habían recolectado en remotos lugares del planeta. Schultes fue nombrado por algunos de sus colegas, con admiración, “el último de los exploradores victorianos”. Estos exploradores eran científicos que buscaban fortuna y fama en los más remotos lugares del planeta, que viajaban por años en geografías extrañas y hostiles, que dejaban el mundo “civilizado” para ir a recorrer recónditos lugares habitados por gente diferente a los europeos, al tiempo que estudiaban la naturaleza para luego explicarla y presentarla al mundo. De particular interés para el caso de la Botánica de Suramérica y Colombia son Mutis y Humboldt, por el significado ideológico que los escritos de estos científicos tuvieron en los ámbitos académico y político de la época (ver Pratt 1992, en relación a su planteamiento acerca de la “reinvención de América” a partir de estos viajes; y Pérez 2002, para un análisis sobre la escritura de estos viajeros y sus implicaciones en la esfera sociopolítica del momento).
La imagen de entonces de la Amazonia como un espacio para la aventura se creó hace varios siglos, desde las primeras exploraciones europeas a la zona. En opinión de Mora (2006), esta imagen se desplomó cuando se hizo evidente el genocidio perpetrado contra los indígenas por parte de los empresarios de las economías basadas en la extracción de materias primas, particularmente el caucho. La caída de los precios del caucho y el éxito de la producción de esta planta en el trópico asiático, visibilizaron las masacres de indígenas y su sometimiento a la tortura y la esclavitud (para un análisis detallado de los problemas de la explotación del caucho en el Amazonas ver, entre otros, Domínguez y Gómez 1991, Gómez 1991 y Pineda 1993).
El Árbol del caucho de Pará es una especie recientemente domesticada, hace unos 100 años. El cultivo de esta planta alteró la vida de los humanos profundamente. Antes de su cultivo, el caucho se extraía de árboles silvestres del Amazonas. Para su extracción se esclavizaron indígenas quienes fueron sometidos a condiciones de vida infrahumanas, lo cual ocasionó la disminución, y en ocasiones la extinción, de grupos indígenas en la región. En 1876 los ingleses lograron cultivar artificialmente el caucho en el trópico, lo cual posibilitó el abastecimiento continuo y económico del material y redujo el aniquilamiento de grupos indígenas en el Amazonas (Schultes 1990: 144).
En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, Schultes fue encargado por el Gobierno estadounidense para buscar áreas donde se pudieran explotar, de forma constante y productiva, árboles de caucho. Este material era necesario para la industria norteamericana que producía elementos para la guerra y se encontraba en mala situación debido a su dependencia del monopolio de la producción de caucho asiática. Con este propósito, Schultes exploró el río Apaporis y otras regiones cercanas a Leticia, donde encontró árboles de caucho altamente productivos. En el río Loretoyaco Schultes identificó 120.000 árboles de caucho y monitoreó la producción de 6.000, de los cuales seleccionó 120 clones para ser enviados a estaciones científicas experimentales en Costa Rica y El Caribe.
Schultes siempre creyó en la importancia de la investigación científica botánica aplicada a las necesidades del hombre moderno. De esta manera, consideró relevante preservar los conocimientos indígenas y expresó su afán por recolectar esta información antes de que el desarrollo de las sociedades occidentales terminara asimilando a las sociedades aborígenes y se perdiera para siempre el conocimiento sobre el uso de las plantas. Dentro de sus preocupaciones no se formuló directamente la importancia del derecho de autonomía de los grupos indígenas para usar y transmitir este conocimiento, aunque siempre manifestó respeto por su saber ancestral sobre las propiedades y usos de las plantas. Para Schultes el conocimiento tradicional indígena era parte del legado de la humanidad en general.
La Etnofarmacología fue uno de los intereses centrales del trabajo de Schultes. Esta disciplina se refiere a la observación, identificación, descripción e investigación experimental de los ingredientes y efectos de los medicamentos nativos. Su propósito es validar o refutar los preparados medicinales tradicionales por medio del aislamiento de sus sustancias activas o por medio del descubrimiento de nuevas sustancias farmacológicas (Schultes 1993: 156). En el noroccidente del Amazonas el autor conoció más de 1.500 especies de plantas apreciadas por los indígenas por sus propiedades medicinales, narcóticas y venenosas. Para Schultes fue sorprendente la capacidad de ellos para distinguir entre variedades de la misma planta, que generalmente los científicos occidentales no detectan, así como su habilidad para descubrir la presencia de compuestos químicos en diversas clases y partes de plantas. De estas 1.500 plantas, 44 son usadas en la preparación de venenos para dardos y flechas, 40 son venenos para peces, 59 son útiles para tratar fiebres, especialmente el paludismo, 4 son contraceptivos orales, 31 son insecticidas, 36 son vermífugos, 6 son estimulantes, 13 son alucinógenos rituales o narcóticos, 7 son de aplicación recomendada en problemas cardiovasculares, 28 son purgantes, 8 son útiles para curar la conjuntivitis, 94 sirven para combatir problemas respiratorios, incluyendo la tuberculosis, 132 se aplican para tratar enfermedades de la piel como las producidas por hongos y 74 ayudan a solucionar problemas dentales (Schultes 1990: 146).
En opinión de Schultes la futura investigación Etnobotánica en la Amazonia colombiana debía concentrarse en aspectos como el estudio de los componentes de venenos para flechas y pesca, especies medicinales, usos diversos y ceremoniales de alucinógenos, narcóticos y estimulantes, y especies alimenticias. Por otra parte, afirmaba que la variabilidad de plantas alimenticias del occidente del Amazonas podría usarse para mejorar clones ya disponibles entre los agricultores de plantas como la yuca, el seje y el chontaduro (Schultes 1993: 141).
Schultes insistió en sus escritos en la importancia de la Etnofarmacología. Consideraba que en Occidente, debido a las supersticiones asociadas al uso de hierbas durante la Edad Media, la farmacéutica no valoró las bondades de las medicinas vegetales, asumiendo que las medicinas sintéticas solucionarían todos los males. Sin embargo, a partir de la década de 1930, se descubrieron nuevos fármacos derivados de vegetales, entre los cuales se encuentran el curare, relajante muscular utilizado por los indígenas de Suramérica, la penicilina y la cortisona, entre muchos otros, que se convirtieron en la solución a muchos problemas de salud (Schultes 1993: 142).
Un campo de estudio muy importante desarrollado por Schultes dentro de la Etnofarmacología fue el del análisis de las plantas usadas por los indígenas para extraer venenos usados en las flechas de cacería y el estudio de las plantas ictiotóxicas. Entre éstas se encuentran los barbascos del género Lonchocarpus sp. También se usa el género Phyllanthus sp. y el Tephrosia sp. Los indígenas del río Vaupés usan los frutos de una especie del género Caryocar sp. que es muy rica en saponinas y útil para adormecer a los peces (Schultes 1993: 151).
En opinión de Schultes, a pesar de la existencia de muchas investigaciones sobre los venenos para flechas, el conocimiento sobre los componentes y mezclas es aún escaso. La dificultad mayor se encuentra en explicar el papel desempeñado por los aditivos incorporados a las mezclas de plantas tóxicas. Uno de los géneros usados es el de las Ormosia sp. de la familia de las Leguminosas, en particular la planta Ormosia machrophyla. Los kofanes, de Ecuador y Colombia, son el grupo indígena que utiliza una mayor variedad de plantas en las mezclas que usan como venenos de flechas. La mezcla más efectiva la preparan con base en los frutos y raíces de la planta Schoenobiblus peruvianus de la familia de las Thymeliáceas. En sus mezclas también usan frutos de Unonopsis veneficiorum de la familia de las Anonáceas. Los indígenas makú del río Piriparaná usan la corteza de Vochya columbiensis (Schultes 1993: 149-150).
El propósito de la investigación de Schultes no respondió solamente a su interés académico sino que lo guió la esperanza de descubrir plantas que posibilitaran la producción de medicinas modernas y productos químicos nuevos con valor terapéutico. Él creía firmemente que esto beneficiaría a la humanidad (Schultes 1989: 18).
En Colombia, la Etnobotánica comenzó a practicarse en el siglo XIX a partir de los estudios de viajeros que principalmente consignaron datos sobre usos de plantas en comunidades indígenas de la Amazonia. Posteriormente, estos estudios tuvieron un auge principalmente en la región del Amazonas, debido al interés de estudiosos rigurosos y persistentes como los de Schultes. Más recientemente, la investigación etnobotánica se ha realizado en otras poblaciones indígenas de la zona andina (como por ejemplo entre los paeces, ver Sanabria 2001) y con grupos tradicionales rurales, así como con poblaciones de origen rural asentadas recientemente en ciudades. El énfasis de los estudios se ha hecho en el uso de plantas principalmente medicinales, alimenticias y ceremoniales.
En cuanto a compendios generales de plantas y sus usos en el territorio colombiano, cabe destacar las publicaciones de mediados del siglo XX, entre las que se encuentran las obras de los botánicos Enrique Pérez Arbeláez (Plantas útiles de Colombia, 1956) y Hernando García y Barriga (Flora medicinal de Colombia, 1975). De la misma manera, en el siglo XX se publicó la monumental obra de Víctor Manuel Patiño (Plantas cultivadas y animales domésticos en la América Equinoccial, 1967), compendio exhaustivo de las referencias de plantas y sus usos contenidas en los documentos históricos que datan desde el siglo XVI.
Los primeros investigadores que realizaron observaciones etnobotánicas en la región del noroeste del Amazonas fueron los botánicos Karl F. P. von Martius y Richard Spruce y el antropólogo Theodor Koch-Grünberg. Karl von Martius, quien trabajó en la Amazonia en 1820, durante tres años recolectó plantas en Brasil y luego fue a Colombia por el río Caquetá hasta llegar a Araracuara. Sus notas de campo son muy ricas en observaciones etnobotánicas y en otros datos sobre los grupos indígenas. Richard Spruce pasó quince años en Suramérica donde recolectó muchas plantas, principalmente árboles, a pesar de ser especialista en briofotas (hongos). La financiación de su viaje se realizó a través de la venta de especímenes botánicos al Kew Gardens de Londres; algunas de las más importantes plantas estudiadas por Spruce fueron las cinchonas, fuente de la quina, y los árboles del caucho pertenecientes al género Hevea sp. Sus notas de campo también son ricas en referencias etnobotánicas y entre sus investigaciones más destacadas se encuentra la relacionada con el yagé (Banisterosis caapi). Por su parte, el antropólogo alemán Theodor Koch-Grünberg investigó en el noroeste del Amazonas colombiano y en el alto Orinoco, y convivió con los indígenas habitantes del alto río Negro entre 1903 y 1905. En sus publicaciones incluyó innumerables referencias etnobotánicas, recolectó especímenes botánicos, geológicos y objetos antropológicos, tomó más de 1.000 fotografías, hizo registros atmosféricos y de temperatura, y dibujó ríos desconocidos. Sus escritos presentan fuertes críticas a la situación de opresión y maltrato hacia los indígenas, como era el caso del Vaupés (Schultes y Raffauf 1992).
Schultes representa una exitosa fusión entre la Botánica y la Etnografía, sus trabajos son un complemento excelente en la línea de Spruce, Von Martius y Koch-Grünberg, cuyas tempranas contribuciones a la Botánica y Etnografía del noroeste del Amazonas fueron notorias. La diferencia del trabajo de Schultes con respecto al de aquellos tempranos investigadores estriba en su convencimiento acerca del trabajo en colaboración e interdisciplinario, y es por ello que estableció las bases de la Etnobotánica contemporánea. La Etnobotánica combina estudios de Ecología, Taxonomía botánica y Etnografía, realizados con base en trabajos de campo, con estudios de Química y Farmacología basados en trabajos de laboratorio (Hugh-Jones 1993: 8).
En 1959 el etnobotánico Néstor Uscátegui publicó su trabajo sobre el uso y distribución de plantas narcóticas y estimulantes por parte de los indígenas en Colombia. En 1953, Silvio Yepes publicó la obra “Introducción a la Etnobotánica colombiana” donde recopiló datos obtenidos en el valle del Sibundoy (Schultes 1993: 159). En 1964 Irving Goldman publicó su etnografía de los indígenas cubeo donde se encuentran numerosos datos etnobotánicos (Schultes 1993: 160).
En general, las obras etnográficas y etnológicas de diversas regiones de Colombia incluyen referencias etnobotánicas. Entre estos trabajos se encuentran los de Gerardo Reichel-Dolmatoff (1968, 1978), Patricio Von Hildebrand (1983), Elizabeth Reichel (1989), Stephen Hugh-Jones (1988); otras importantes contribuciones provienen de obras de botánicos colombianos y extranjeros como Enrique Acero (1982), Timothy Plowman (1981) entre otros (Schultes 1993: 160).
Durante la década de los años ochenta del siglo pasado, la Corporación Araracuara patrocinó la investigación etnobotánica en Caquetá y Amazonas. Dentro de los trabajos producidos entonces se destacan los de Enrique Acero (1982) y Constanza La Rotta (1983, 1988), entre otros; en la misma década se desarrolló el trabajo de Linda Glenboski (1983) sobre la etnobotánica entre los indígenas tikunas, y en la siguiente sobresalieron etnografías de gran envergadura como la de María Clara van der Hammen (1992) sobre los yukuna, trabajos de compilación sobre Etnobotánica como el de Mauricio Sánchez (1997), o investigaciones sobre grupos particulares de plantas. Algunos de estos estudios, que se han convertido en herramientas útiles para los especialistas, son manuales de identificación de partes de plantas y contienen detallada información sobre su uso y ecología (por ejemplo, Herrera y Urrego 1996).
Un aspecto importante del avance en las investigaciones etnobotánicas y de la nueva concepción de esta subdisciplina es el papel que ha jugado en las maneras de concebir la política alrededor de los recursos naturales, la biodiversidad, la bioprospección y el biocomercio. La tendencia actual es que las comunidades locales participen activamente en las decisiones acerca de la biodiversidad y su conservación a través de programas que posibiliten su monitoreo. Por otra parte, se espera que la investigación etnobiológica sea capaz de revertir directamente a las comunidades locales los beneficios obtenidos a partir de la explotación de sus recursos. Además, existe una legislación sobre la propiedad y derechos del conocimiento tradicional. En Colombia, el Instituto Alexander von Humboldt es la entidad gubernamental encargada de investigar y desarrollar políticas relacionadas con la biodiversidad.
Como bien lo pronosticaba o lo presentía Schultes, en las últimas décadas la investigación etnobotánica ha adquirido especial relevancia debido a la creciente pérdida del conocimiento tradicional de sociedades nativas y a la degradación de sus hábitats naturales. La Etnobotánica tiene un lugar en la conservación de la biodiversidad y en el desarrollo de las comunidades locales.
En la actualidad una de las preocupaciones sobre la conservación de la biodiversidad es el impacto del uso de recursos silvestres. En Colombia, además, las selvas se destruyen para sembrar coca y otras plantas para la producción ilegal de drogas y el narcotráfico. Lo anterior ha supuesto que muchos territorios indígenas sean ocupados por grupos armados ilegales que han minado considerablemente las condiciones de vida de estas sociedades.
El legado de las fotografías de Schultes constituye un documento etnográfico, etnológico y antropológico de gran valor. Sus observaciones sobre el contexto sociocultural del uso de las plantas representa también un gran aporte a los conocimientos científico y antropológico del subcontinente suramericano, puesto que informan ampliamente sobre los sistemas ideológicos y cosmológicos que varias de las sociedades indígenas del Amazonas han creado para explicar su existencia, su relación con el entorno y el aprovechamiento de los recursos de la naturaleza. La prolongada convivencia que tuvo con diversos grupos indígenas, su gran capacidad de observación y su actitud respetuosa hacia diferentes formas de concebir el mundo, le valieron la confianza de los aborígenes y le permitieron adquirir un conocimiento profundo sobre el uso de las plantas.
Schultes visitó el Amazonas por primera vez en 1941 para realizar un estudio sobre las fuentes vegetales del curare, veneno usado por los indígenas en las flechas con que cazaban. Permaneció en la región, casi de forma continua, durante 12 años, realizando trabajo de campo, tomó cientos de fotografías de plantas, personas, escenas y del entorno. En sus imágenes es evidente el respeto que siente por el saber botánico de los indígenas y su interés por las costumbres y culturas de estos grupos humanos. La variedad, calidad y temática de las mismas, revelan su determinación para registrar aquello que consideraba que se estaba perdiendo debido al contacto de los grupos indígenas con los blancos y a la pérdida de las costumbres y valores tradicionales.
Schultes tomó fotografías de ancianos, niños, jóvenes, chamanes, viviendas, objetos de cultura material, sitios arqueológicos, paisajes y parajes ecológicos. Con el lente de su cámara se recreó en la inmensidad de la vegetación, en el misterio de las cuevas y en los recónditos parajes de los ríos. También captó momentos especiales de las personas con las que convivivió, registró rostros llenos de expresiones, alegres, apacibles, expectantes, rostros de danzantes y rostros enmascarados. Las fotografías de mujeres son más escasas que las de hombres, pero se destaca aquella de una bruja, anciana, con una expresión ruda y exhibiendo todo el atavío de su posición social. En ocasiones también fotografió mujeres llevando a cabo actividades cotidianas dentro o en los alrededores de sus viviendas, como cuando las muestra preparando casabe. La mayoría de imágenes de personas aluden al uso de plantas asociadas a la medicina y a los rituales relacionados con el consumo de alucinógenos, que al parecer prevalecía entre los hombres. Muchas de ellas también se refieren al uso de las plantas silvestres, lo que quizás resultó en el registro de actividades asociadas con los hombres como la cacería y la pesca. Las escenas de danzas rituales y ceremonias son notables, así como también las de grupos de hombres y mujeres en momentos que comparten actividades ceremoniales y cotidianas.
La región del noroeste amazónico donde Schultes trabajó cubre un área de un poco más de 800.000 kilómetros cuadrados correspondientes a territorios de Colombia, Ecuador, Perú y Brasil. En Colombia comprende los ríos Putumayo y sus afluentes Karaparaná e Igaparaná; el río Caquetá y su afluente el Miritiparaná; los ríos Yarí y Cahuinarí; el río Apaporis y sus afluentes Kananarí y Miritiparaná; el río Vaupés y sus afluentes Papurí y Kuduyarí; y el río Guainía. En sus exploraciones Schultes contactó a más de 30 grupos indígenas entre los cuales se encuentran las etnias witoto, bora, yukuna, tanimuka, taiwano, makuna, sarasana, makú, desana, cubeo y kuripako.
El trabajo en campo de Schultes representa un buen ejemplo de observación etnográfica para la Antropología colombiana. Sus conocimientos etnobotánicos fueron adquiridos observando y escuchando con atención y paciencia, durante meses y años, los rituales, cantos, danzas y ceremonias en las cuales pudo entender el significado de las plantas en estas sociedades indígenas. Su afán por el conocimiento botánico “puro” se sobrepuso a la recolección rigurosa y perseverante de los datos sobre el uso de las plantas. Fue particularmente cuidadoso con los conocimientos de los médicos brujos y se abstuvo de interferir con ellos proporcionando a los enfermos medicinas occidentales. Respetó y se involucró en el trabajo de los curanderos.
Schultes sentía gran admiración por el antropólogo alemán Theodor Koch-Grünberg, tal vez debido a que este autor del siglo XIX consideró notable la diversidad cultural de los indígenas del Amazonas y no los calificó como primitivos (Mora 2006), forma típica de mencionar y clasificar a otras sociedades que no se asemejaban a la europea. Además, Grünberg tuvo una visión respetuosa de sus conocimientos y se dedicó con ahínco al trabajo de campo y a la convivencia con ellos. Esto debió conmover a Schultes, pues él mismo después dedicó largos periodos de tiempo al trabajo de campo y soportó penurias y enfermedades durante largas jornadas.
El antropólogo colombo austríaco Gerardo Reichel-Dolmatoff (1977) formuló un modelo para explicar la organización social de grupos indígenas del Amazonas, según el cual su cosmología puede equipararse a un sistema ecológico. Este planteamiento seguido por muchos antropólogos que investigan en el Amazonas ha sido ampliado y aplicado a diversas sociedades (ver, por ejemplo, Arhem 1993, Cayón 2002, Van der Hammen 1992, Correa 1993). En este modelo la figura del chamán es prominente en cuanto a la implementación y práctica de las actividades cotidianas de subsistencia y a los rituales mediante los cuales las sociedades indígenas practican su visión ecologista del mundo y del entorno en el que habitan. Al lado de la supremacía de la figura del chamán está el uso de las plantas alucinógenas para ejercer su labor de transmisor del conocimiento, recreador de la tradición y guardián del buen uso del medio, la naturaleza y sus recursos. El modelo planteado por Reichel-Dolmatoff dio paso al establecimiento del modelo de interpretación de estas sociedades como conservacionistas en la literatura antropológica de la Amazonia (Mora 2006: 12).
En opinión de Mora (2006), la idea del “buen salvaje” resurgió como resultado de estragos sobre el medio ambiente ocasionados por la expansión europea y el desarrollo de las sociedades nacionales en diversas partes del mundo. Para este autor, la idea del buen salvaje sustenta una generalización según la cual toda sociedad nativa, dados la sencillez de su sistema de vida y su pensamiento filosófico, tiende a conservar la naturaleza. La actitud de los conservacionistas ha desvirtuado la realidad de la historia de estas sociedades y las reduce a ser las representantes de unas prácticas sin tener en cuenta el contexto social particular en que ocurren. Esto viola los derechos de los indígenas, los homogeniza, suprime su individualidad ante los ojos de Occidente, y ubica su historia en una constante filosofía que afecta su comportamiento y elimina sus posibilidades de cambio. Esta visión convierte a los indígenas en nativos atemporales en el siglo XXI. Se condena a estas sociedades a permanecer en el parque natural o en el área de conservación siguiendo su filosofía, sin posibilidad de que realmente ejerzan la autogestión (Mora 2006: 179-183).
La valoración otorgada por Schultes al conocimiento indígena ciertamente propició la necesidad de conservar y preservar tal conocimiento y de buscar mecanismos de protección a estas poblaciones. La concepción de Schultes sobre la “tendencia natural” de los indígenas a conservar la naturaleza (Schultes 1990), refleja en parte la idea del buen salvaje, del “nativo ecológico”, del aborigen conservacionista. La visión de los indígenas de Schultes fue un tanto “romántica” acerca de su bondad. Él estaba convencido de que una vez los grupos indígenas entraban en relación con los blancos sus costumbres honestas se dilataban y entonces había que ser cuidadoso para no ser engañado por ellos. Para Schultes ese contacto hacía a los indígenas “tan malos como lo somos nosotros”.
En la actualidad, la teoría antropológica considera a la naturaleza como una construcción social. Esta nueva concepción ha influenciado las prácticas académicas vinculadas con las relaciones entre humanos y naturaleza como la Etnobiología y la Etnobotánica. Una de las implicaciones más importantes al respecto, sobre la que llaman la atención autores como Ulloa (2001), es la necesidad de realizar trabajos interdisciplinarios donde se combinen conocimientos de diversos ámbitos como la Antropología, la Biología de la conservación, la Geografía humana etcétera. Schultes fue un abanderado de la necesidad de llevar a cabo trabajos interdisciplinarios.
Las complejas y difíciles relaciones sociales, económicas y políticas existentes en muchos de los territorios donde Schultes investigó, que en parte se relacionan con el conflicto armado colombiano, han hecho que los territorios ancestrales de muchas comunidades sean ocupados de forma forzada e ilegal por otros sectores de la población, lo cual, a su vez, ha producido presión sobre las comunidades indígenas y seguramente ha dificultado su capacidad para usar y conservar el medio ambiente.
La utilización de bebidas alucinógenas y de polvos para aspirar es común entre los grupos indígenas del noroeste del Amazonas en Colombia. Este uso se asocia a una tradición intelectual aprendida y ejercida por payés o chamanes, lo que le da a las religiones de estos grupos un carácter distintivo. El uso persistente de alucinógenos es testimonio de un conocimiento profundo de la química de las plantas y uno de los componentes de la extraordinariamente rica farmacopea de los amerindios (Hugh-Jones 1993: 8).
Uno de los más notables descubrimientos de Schultes fue el yagé. Este alucinógeno, conocido comúnmente con los nombres de ayahuasca, yajé, natena o caapi, se extrae de la corteza de la liana Banisteropsis caapi (del género Banisteropsis sp. de la familia de las Malpighiáceas), la cual posee alcaloides beta-carbólicos (harmina, harmalina tetrahidroharmina) que inducen visiones en colores azules, grises o púrpuras. Para aumentar la duración e intensidad del efecto los indígenas agregan a la bebida de la corteza de caapi, hojas de la liana Banisteropsis rusbyana u hojas de un arbusto de la familia de las Rubiáceas (Psychotria viridis) (Schultes 1993: 146-147).
Las plantas alucinógenas no generan adicción, los efectos o alucinaciones que producen pueden ser de varios tipos y las más comunes son visiones en colores (Schultes y Hofmann 1982: 12). Schultes discutió el uso de plantas alucinógenas en las comunidades aborígenes de América y otros lugares del mundo, en relación con la magia, la religión y la medicina. Él encontró que la gran diferencia que hay entre Occidente y las sociedades indígenas en cuanto al uso de las plantas alucinógenas tiene que ver con el origen y el propósito que se cree que estas plantas o sustancias derivadas poseen. Las sociedades indígenas consideran estas plantas sagradas.
Por otra parte, Schultes siempre defendió el uso de las plantas alucinógenas para comprender su composición química y descubrir drogas que permitieran avanzar en el conocimiento del sistema nervioso central y la mente humana. Es decir, privilegió su aplicabilidad a la medicina occidental y valoró el uso de estas plantas por parte de las comunidades indígenas como medios para obtener experiencias místicas (ver Schultes y Hofmann 1982: 9). Su participación directa en el consumo de varias de las plantas alucinógenas durante sus estadías en campo obedeció, en primer lugar, a su interés en los efectos de las plantas mismas, y, en segundo lugar, a su interés por identificar plantas que fueran nuevas fuentes de medicinas, desconocidas hasta entonces por la ciencia, y que realmente produjeran alucinaciones.
Las plantas alucinógenas son consideradas medicinales por los indígenas de la Amazonia. Algunos de sus componentes son usados en la actualidad por la medicina occidental. Los aborígenes explican las experiencias alucinatorias como una forma de comunicación con los espíritus que habitan mundos sobrenaturales. Por esto las plantas son tratadas con gran respeto y muchas se mencionan en los mitos de origen como regalo de los dioses a los seres humanos.
Schultes valoró el papel del chamán como médico o curandero y de ahí la importancia de su conocimiento sobre las plantas medicinales. Él enfatizó constantemente en sus escritos el carácter medicinal que los indígenas atribuyen a las plantas alucinógenas. La comprensión de la dimensión ritual y ceremonial del consumo de alucinógenos, opuesta a la que concibe la sociedad occidental, tiene que ver con el respeto que las sociedades indígenas inspiraron en Schultes.
En estas sociedades es común que la magia, la medicina y la religión estén relacionadas o constituyan una misma cosa. Los indígenas del noroeste del Amazonas tienen dos tipos de plantas medicinales: aquellas a las que atribuyen propiedades solo físicas y las que tienen propiedades alucinógenas, es decir, con efectos físicos y psíquicos. El primer tipo es conocido y usado por gran parte de la población, mientras que el segundo se considera sagrado y es manipulado por el chamán, quien interpreta las alucinaciones. El curandero o chamán puede ingerir la “medicina” para diagnosticar la causa de la enfermedad o para curarla, o él y el paciente, juntos, pueden ingerir el alucinógeno (Schultes 1989: 15).
Esta exposición y la excusa de este escrito son una invitación a la reflexión sobre la importancia de las actividades de los investigadores de todos los tiempos, interesados en conocer el fascinante mundo que nos rodea. Nuestras construcciones mentales sobre el mundo que habitamos y las actividades que realizamos determinan la continuidad y el tipo de relaciones que podemos establecer con otros organismos. Sea esta también una invitación a propiciar la autonomía real de las distintas sociedades y el derecho a escoger lo que se debe saber, mantener y practicar. Este es un homenaje a Schultes, a su trabajo y a las sociedades indígenas que generosamente compartieron con él su conocimiento sobre las plantas y su uso tradicional.
Deseo dar las gracias a Santiago Madriñán, del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes, quien gentilmente abrió sus archivos y me facilitó materiales bibliográficos relativos a las investigaciones y publicaciones de Schultes, los cuales he usado para elaborar este escrito.
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