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El milagroso curandero de Guasca

Gente 1872-08-27 Guasca, Cundinamarca, Colombia Tomo VII
(27 de Agosto)
A las seis y media de la mañana tomamos un desayuno tan frugal como la cena de la víspera; y aunque mi propósito era seguir directamente para la laguna, habiendo tenido noticia de que en el inmediato pueblecito de Guasca se hallaba accidentalmente un célebre curandero, una de las notabilidades del país, que más lo ha conmovido con su fama y con sus hechos extraordinarios, resolví aprovechar la ocasión de conocer al célebre Perdomo, miserable charlatán, según unos, y según otros, una especie de semidiós, con poder especial para curar casi por ensalmo todo género de enfermedades.

Las once serían cuando llegamos a Guasca [...] Mi curiosidad de conocerle era inmensa; mi huésped se ofreció de buen grado a conducirme al lugar en que aquél se hallaba; y en efecto, a los pocos minutos de desmontarme me encontraba ya departiendo amigablemente con el hombre extraordinario. Antes de penetrar en su habitación, tuvimos que atravesar, no sin gran trabajo, una inmensa barrera humana, compuesta en su mayor parte de seres afligidos por algún mal, que iban a buscar, con la confianza pintada en el semblante, el remedio que juzgaban infalible para sus dolencias.

El Sr. Perdomo, que había suspendido por un momento sus operaciones quirúrgicas, me recibió en una habitación modesta y con el mismo traje en que se hallaba; esto es, en mangas de camisa y casi con el bisturí en la mano, como el operador sorprendido en su anfiteatro anatómico. Con una ojeada rápida, procuré examinar al hombre, fijándome en los detalles de su fisonomía, en la ]expresión de su rostro y hasta en sus palabras, por si descubría en el conjunto algo que revelase lo íntimo de su ser, o por decirlo así, su fisonomía moral. En esta primera y rapidísima entrevista, no pude menos de formar de él una idea ventajosa. Su estatura, sin ser elevada, pasa de lo mediano; su constitución es robusta y vigorosa; su temperamento bilioso-nervioso; y aunque sus pómulos un tanto salientes, su cabello negro, duro y espeso y su barba no muy poblada revelan la sangre indígena, sus ojos de vivacidad extraordinaria, algunos de sus rasgos fisionómicos y el conjunto de su apostura, pudieran muy bien confundirle con el tipo meridional de raza española o italiana.

En lo poco que conversé con él me pareció un hombre de singular modestia, quizás un poco afectada; porque teniendo en cuenta que es un hombre del pueblo, y por consiguiente de una educación, social y científicamente, no muy esmerada, sería una cualidad rarísima aquella modestia natural en un hombre, que como él, disfruta de un aura popular tan inmensa y de un prestigio casi divino.

Mientras él me hablaba, entregándome impresa una de sus alocuciones populares, y me manifestaba el prodigioso número de enfermos que a su cuidado tenía, que eran más de siete mil, sentimos llegar a la plaza un gran tropel de gentes a caballo que del inmediato pueblo de Sopó acudían a felicitarlo. El Sr. Perdomo me pidió licencia para salir a recibirlos, y salió en efecto a la baranda de una especie de corredor o galería bastante elevada, desde cuyo sitio recibió los plácemes de los recién llegados, oyó los entusiastas vítores dados a su nombre, y contestó a todos con un breve y razonado discurso, que no parecía improvisado, tanto por lo terso de la frase como por la cultura del estilo, y en el cual las ideas capitales fueron sus protestas de desinterés y amor a la humanidad, en contraposición del monopolio y hasta el agio que hacen de sus conocimientos científicos los doctores autorizados por un diploma.

me manifestaba el prodigioso número de enfermos que a su cuidado tenía, que eran más de siete mil

Me retiré de allí con el propósito de volver más tarde a examinar por mis propios ojos alguna de sus operaciones, mientras el Sr. Perdomo salía a caballo con los que habían venido a buscarle, dejando en una especie de ansiedad indefinible a sus numerosos enfermos.

[...] Por la tarde Perdomo me aseguró que a mi vuelta de la laguna haría en mi presencia algunas operaciones quirúrgicas, que me diesen clara idea del poder de un hemostático y un anestésico que posee, y que producen insensibilidad absoluta en la parte operada, y una cicatrización rápida sin supuración alguna.

[...] (30 de Agosto)
A eso del mediodía tuvimos una visita del llamado Dr. Perdomo, que con más de veinte personas de acompañamiento, y en ademán semicurioso y semiguerrero, recorrieron los bordes de la laguna, dirigiendo aquél algunos denuestos políticos a uno de los jóvenes de nuestra compañía, perteneciente a una familia liberal de Bogotá, de cuyo partido es el Sr. Perdomo antagonista furibundo. Aquellas amenazas extemporáneas en aquel lugar no tuvieron otra consecuencia que el inocente desahogo del Galeno con ribetes de Marte que, después de pasear un rato en los alrededores de la laguna, se retiró con su Estado Mayor a su Cuartel general de Guasca en medio de una lluvia fría y copiosa, que sin duda debió templar en mucho sus ardores bélicos.
La tarde y la noche como las precedentes.

(1 de Septiembre)
[...] A poco de mi llegada, el Sr. Perdomo, con una veintena por lo menos de sus amigos y admiradores, entre los cuales había algunos antiguos conocidos míos, se presentó en mi habitación a visitarme, haciéndome con cuantos le acompañaban todo género de ofrecimientos.
De buena gana me hubiera detenido allí, como él deseaba, para verle practicar alguna de sus maravillosas operaciones quirúrgicas; pero temiendo las consecuencias de mi indisposición en un lugar de tan pocas comodidades, determiné regresar a Bogotá en la mañana del siguiente día, no sin haberme convencido por el testimonio unánime de muchas personas operadas, de que los secretos que el Sr. Perdomo posee son de una importancia inmensa para las ciencias médico-quirúrgicas, y que revelados por él a las escuelas de Europa y América llevarán recursos incalculables para el alivio de la humanidad doliente, y podrán ser para el que los posee el origen de una merecida e inmensa fortuna.

Las noticias biográficas que he adquirido respecto a este hombre extraordinario, son las siguientes:

Nacido en condición humilde, pasó los primeros años viviendo del trabajo de sus manos, principalmente en la agricultura. Más tarde se afilió como soldado en uno de los bandos políticos que luchaban en las contiendas civiles tan frecuentes en el país, y habiendo sufrido un descalabro, huyó a ocultarse de sus perseguidores entre las tribus indígenas, confinantes con la provincia de Pasto, hacia el Caquetá. Sus íntimas relaciones con los indios le hicieron apoderarse de ciertos secretos de que aquellos eran poseedores, y entre los conocimientos que llegó a adquirir, fue el más importante el de las virtudes de ciertas plantas, que son las empleadas hoy por él en todas sus curaciones.

Al despedirnos, me ofreció solemnemente llevar cuanto antes le fuese posible su secreto a Europa; y él y sus amigos me rogaron que volviese a Guasca tan pronto como me encontrase repuesto, para que me convenciese por mí mismo de la verdad de los hechos maravillosos que de sus curaciones se refieren.

Sus íntimas relaciones con los indios le hicieron apoderarse de ciertos secretos de que aquellos eran poseedores

(4 deNoviembre)
[...] Al llegar a Guasca, nos encontramos todavía con el célebre Perdomo, y al fin tuve la satisfacción de verle practicar tres operaciones quirúrgicas, sin que los pacientes exhalasen un solo grito de dolor, y deteniendo el operante la hemorragia a su voluntad; operaciones que, por sí solas, bastarían para ratificarme en la ventajosa idea que de este hombre singular tienen formada cuantos le han conocido y han podido juzgarle, sin prevención sistemática y apasionada.
De las tres operaciones que le vimos practicar, fue la una la extracción de un cartílago osificado que hacía muchos años tenía una señora en la unión de ambas mandíbulas junto a la oreja derecha; la segunda una carnosidad que cubría casi totalmente el ojo derecho a un hombre del pueblo, y la tercera la extracción de un lobanillo bastante abultado, que llevaba una mujer en la articulación de la muñeca del brazo izquierdo.

Durante estas operaciones, de las que sólo en la primera hubo una ligera hemorragia, producida a voluntad del operador, algunos minutos después de extraído el cuerpo extraño, que era de cuatro a cinco centímetros de longitud, tres o cuatro de latitud, y uno, próximamente, de espesor; durante estas operaciones, repito, mi vista estuvo constantemente fija en el semblante de los operados, y no vi en ninguno de ellos la más mínima contracción ni señal alguna que dejase comprender el más leve sufrimiento ni dolor reprimido.

En todo el día, la casa habitación de este hombre maravilloso no se desocupó un momento de enfermos que de todas partes venían a buscarle; y él, sin procurar el más mínimo descanso, atendía a todos ellos con notable solicitud, y no había uno solo que no saliese consolado y con la esperanza más lisonjera pintada en el semblante.
No es menos de maravillar que, a pesar de este trabajo continuo y sin reposo, y de costear de su propio peculio cuantos medicamentos distribuye, a nadie exige la más mínima retribución; recibe lo que buenamente le dan, y hace muchas limosnas a los necesitados que a él acuden.

Como profano a la ciencia, no podré asegurar si su acierto en medicina es igual al que tiene como hábil cirujano, aunque he escuchado infinitos testimonios que bajo aquel aspecto le favorecen; pero sí aseguro, bajo mi palabra de hombre imparcial y honrado, que lejos de ser un charlatán y embaucador, como algunos de sus detractores pretenden, es un hombre que posee recursos extraordinarios para operar; que practica la caridad cristiana y es un bienhechor de la humanidad bajo muchos conceptos.
Aquella tarde me regaló el Sr. Perdomo un libro muy curioso, escrito y publicado por él, y dividido en dos partes tan heterogéneas, que se puede decir que braman de verse juntas: la primera, es una especie de tratado de teología moral, en que el autor, que siempre hace gala de devoto, ha consignado sin orden ni concierto, cuantas ideas ha podido adquirir sobre esta difícil y escabrosa materia; la segunda parte es una colección de documentos dedicados a él por diferentes personas y corporaciones de diversos países, como testimonio de gratitud y pruebas auténticas de las curaciones admirables y numerosas que en ellos ha practicado.
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